sábado, 10 de mayo de 2025

Reflexiones durante el apagón

El 28 de abril de 2025 hubo un apagón enorme en España. Tardé en enterarme porque pasé un rato al aire libre. Ese día tenía clase de gestión de ecosistemas en el grado de ciencias ambientales. Cuando llegué a clase, a las 13:30, me encontré a unos 15 estudiantes en la puerta del aula. Estaban entre agobiados y risueños por la situación. Me decían que no podíamos dar clase porque no había luz.

En un intento de provocar alguna reacción diferente por su parte, pregunté: "bueno, ¿qué hacemos entonces?, ¿nos vamos a casa?, ¿nos sentamos a llorar? No contestaron, así que mi provocación cayó, como tantas otras veces, en saco roto. Yo veía la situación como una oportunidad excelente para hablar de muchas cosas (energías renovables, nuevo orden mundial, ciberataques, etc.). Un poco cabizbajo y pensativo propuse que entráramos en clase. En ese momento, una alumna dijo, ¿por qué no nos vamos al aire libre y al menos disfrutamos de la primavera? Acogí con entusiasmo su idea y propuse que nos fuéramos a una especie de bosquete que hay en el confín este del campus de Rabanales.

Nos sentamos entre sol y sombra. Mientras cantaba un ruiseñor, empecé a charlar sobre cómo nuestro mundo tan avanzado tecnológicamente es también muy vulnerable. ¿Cuánto tiempo podríamos sobrevivir si se va la electricidad?, pregunté de forma retórica. Nuestro progreso como especie tiene dependencias bastante grandes de sistemas como el suministro de electricidad. Algunos estudiantes menospreciaron esta dependencia y a nuestra civilización, comentando que "antiguamente la gente podía vivir sin electricidad". Siendo eso cierto, no aporta nada en realidad porque eso pasaba en una situación en la que la gente venía de tener muy pocas cosas y había una posible "marcha atrás". No es lo mismo no tener algo que haberlo tenido y perderlo...

Traté de llevar la conversación desde la dependencia tecnológica al concepto de colapso. Mientras escribo esto pienso que habría estado bien comentar las corrientes colapsistas que se han hecho muy relevantes en las redes sociales. En cambio, pregunté si conocían situaciones o lugares en los que se viviera en un contexto parecido al que tenemos hoy. Varios contestaron al unísono que el COVID-19 fue una situación parecida. Reconociendo que fue una especie de colapso, acordamos que en realidad esa perturbación afectó fundamentalmente a las libertades individuales y no tanto a la disponibilidad real de energía y de recursos. Saqué a la palestra la situación de Cuba. Es un buen ejemplo de cómo se puede sobrevivir en un contexto con limitaciones importantes de enertía.

Estaba improvisando, así que no tenía un plan claro sobre las ideas que quería tratar. Lo que sí tenía claro es que el apagón me daba una buena oportunidad de que los estudiantes se abrieran un poco y contaran cómo ven el mundo que les ha tocado vivir.

Intenté provocar más debate sacando el concepto de decrecimiento. Lo definimos entre todos y acordamos que se refiere al proceso por el cual se reduce el progreso en ciertos aspectos de la sociedad de manera deliberada.

¿Creéis que el decrecimiento es una buena idea?, pregunté. A nadie le pareció una posible solución a los problemas ambientales que tenemos. Es más, todos coincidían que si decrecemos económicamente también se agravarían los problemas ambientales ya que habría menos recursos para abordarlos. A pesar de que todos lo tenían muy claro, insistí: ¿Pensáis que hay algún aspecto de nuestras vidas en las que sí tendría sentido decrecer? Y esta pregunta fue el detonante de una conversación tan inesperada como interesante. Pensé que la charla se iría hacia el materialismo, pero no. Fue más profunda e inmaterial:

Una alumna encadenó una serie de razonamientos que me sorprendieron. No tanto por ser novedosos, sino porque ella parecía que había reflexionado mucho sobre ellos y consideró sin dudar que se relacionaban con el decrecimiento. De forma resumida dijo algo así: "Creo que nos sobran estímulos en las redes sociales. Tengo la sensación de que estamos todo el rato buscando la aprobación de otros en las redes. Es como si en lugar de tener experiencias por disfrutarlas, las tenga para conseguir la atención y la validación de los otros". Sus compañeros asentían. "Estamos todo el rato conectados a internet", continuó. Otra compañera se animó y confesó que le cuesta interactuar con gente de su misma edad. Me pareció curioso y pregunté, ¿por qué crees que pasa eso?. Su respuesta me sorprendió: Sienten que se miden con sus iguales todo el rato. Es como que se espera de ellos que hagan muchas cosas y que sean muchas cosas para aprovechar el tiempo. ¿Y si esa persona con la que hablo sabe o es más que yo? En ese caso lo estaría haciendo mal yo. Por eso les resulta más fácil interactuar con gente más joven (son menos que yo porque no han tenido tiempo) o más mayor (han llegado más lejos porque han tenido más tiempo).

Esta confesión me dejó un poco perplejo. Me imaginaba algo así, pero no era consciente de que ellos eran tan conscientes de esta situación. Lo curioso es que todos los estudiantes respaldaron con vehemencia las palabras de su compañera. El apagón nos había dado la oportunidad de reflexionar sobre algo importante. La desconexión digital nos ayudó a darle forma a un malestar profundo.

Tras mi sorpresa, intenté devolver un mensaje tranquilizador. Comenté que esa necesidad de reconocimiento o validación es algo muy común. A mí me pasa también muchas veces. Somos seres sociales y necesitamos que otras personas nos vean en el sentido más profundo del término. Todos nos identificamos de alguna forma con la idea que los demás tienen de nosotros. Quizás, no soy experto en esto, sea hasta positivo que haya parte de nuestra identidad que esté depositada de alguna forma en la percepción que tienen los otros de mi ser. Traté de comparar esta situación con la que yo viví a su edad. Hablamos de cómo el mundo se ha ido haciendo cada vez más complejo. El cambio global, expresado a modo de multitud de gráficas exponenciales (la clásica gráfica en forma de palo de hockey) también nos afecta. Nuestras vidas de ahora están más aceleradas de lo que solían ser. Hay más opciones para todo y eso genera más incertidumbre. Y quizás, más necesidad de validación externa. Eso, creo, tensiona nuestra identidad.

Hablé del carácter relacional de los humanos y de cómo nuestra identidad se construye en parte a través de estas relaciones. Hipotetizamos sobre cómo las redes sociales pervierten un poco esa identidad. La disfunción aparece (esta fue nuestra hipótesis) cuando la necesidad de validación excede a nuestro círculo más cercano y se deposita en una gran cantidad de desconocidos que están lejos. Las redes sociales nos desajustan espacial y temporalmente. Nos relacionan con un futuro que no ha llegado (expectativas de reconocimiento) y con territorios lejanos (nuestros seguidores por todo el planeta). Traigo a la conversación alguno de los trabajos de Elinor Ostrom. Ella y su equipo propuso que los grupos humanos funcionan bien cuando tienen un tamaño igual o inferior a unas 200 personas. Es la cifra máxima de relaciones que puede gestionar nuestro cerebro. Si tenemos más relaciones o estas son con personas que están lejos, no lo llevamos bien. Esto genera impactos psicológicos importantes. Las redes sociales explotan nuestro deseo de conectarnos con otros humanos, pero lo trascienden en el sentido negativo del término porque usan este rasgo para conectarnos con muchas personas muy alejadas en el espacio y en el tiempo. Eso genera una ruptura en nuestra identidad que nos hace sentir incompletos. No se nos dan bien las relaciones superficiales, al parecer.

Traté de encaminar la conversación hacia posibles mecanismos para reducir las emociones negativas descritas anteriormente. Pregunto, ¿alguien medita?. Varios estudiantes levantan la mano en señal de afirmación. Un alumno comenta que lo hace por la mañana porque siente que se levanta inquieto. La gran cantidad de asuntos pendientes de cada día le abruman. Comenta que la meditación mañanera le ayuda a sobrellevarlo mejor. Otra compañera dice que lo intentó, pero que se agobió por que no lo hacía bien. Surgen comentarios similares entre varios estudiantes. Parece claro que perciben la meditación como un instrumento potencialmente útil para regular la ansiedad. Justo cuando iba a hablarles con un poco más de detalle sobre la meditación, un estudiante pregunta, ¿qué es meditar?

Antes de tratar de responder a esa pregunta, comento algunas ideas básicas sobre cómo funciona nuestro cerebro. Somos buenísimos interpretando el mundo usando relatos para ello. A nuestro cerebro le encantan las historias. Seguramente habrá una razón evolutiva para ello, lo desconozco. Sabemos que tendemos a repetirnos historias o relatos aunque no sean ciertas o aunque nos sienten mal por alguna razón. Buena parte del tiempo estamos divagando en otro tiempo y en otro espacio. No estamos en el aquí y en el ahora. En este sentido, podemos definir la meditación como un conjunto de técnicas que nos ayudan a anclar el cerebro al aquí y al ahora. No se trata de dejar la mente en blanco, sino de evitar ese rumio que solemos tener y que nos genera inquietud. Estas técnicas, implican, en buena medida contarle al cerebro una historia que lo atraiga al aquí y al ahora. Se usa la respiración como una especie de anclaje al presente. Se trata de tomar conciencia de cómo estamos respirando. No hay que respirar de ninguna manera concreta, sino únicamente ser consciente de cómo entra y sale el aire de los pulmones. Eso se suele acompañar de ideas que, siendo falsas, ayudan al objetivo de la meditación. Por ejemplo, pensar que al inspirar nos entra energía en el cuerpo y al expirar soltamos las emociones o sensaciones negativas. La meditación no evita que haya pensamientos disruptivos, pero sí nos ayuda a tomarlos menos en serio. Los vemos pasar y no nos apegamos a ellos. Son como nubes que pasan por un cielo azul en un día ventoso. Las vemos desde lejos y no nos apegamos a ellas. Tras esta reflexión intento animara a los estudiantes para que mediten con frecuencia. Una alumna dice que a ella le sienta muy bien estar con animales. Alguien comenta que el deporte también sirve para anclarnos en el aquí y en el ahora.

La sesión en el campo se va desdibujando poco a poco cuando preguntan cómo será el examen que tendremos dentro de unas semanas. Luego hablamos un poco de los trabajos que tenemos pendiente entregar y poco a poco regresamos a la normalidad. Seguimos sin electricidad, pero el hambre aprieta (son las 15:00) y la incertidumbre sobre qué comida habrá disponible en el comedor comienza a ser más urgente que las reflexiones filosóficas anteriores. Los estudiantes se van dispersando y yo me quedo reflexionando sobre el rato tan agradable que nos ha regalado el apagón. Saboreo el buen momento y mis niveles de confianza en el futuro suben algunos enteros. Si estos estudiantes que están sometidos a tantos estímulos son capaces de reflexionar como acabo de ver con tan solo 20 años, harán cosas grandes cuando tengan algunos más.

viernes, 5 de agosto de 2022

Profesor titular



El  14 de julio pasado me presenté a una plaza de profesor titular en la UCO. Esta entrada trata de cómo fue el proceso y de cómo he digerido el resultado de la oposición (Spoiler: gané el concurso. Era el único candidato, así que muy mal tenía que hacerlo para no conseguirlo)

La oposición constaba de dos ejercicios. En el primero tenía que "defender" mi trayectoria científica y docente, así como proponer un proyecto investigador y un plan docente. Es decir, se trataba de contar lo que había hecho hasta ahora y proponer hacia dónde quiero dirigir mis pasos en caso de ocupar la plaza de profesor titular. En este ejercicio usé la siguiente presentación de Prezi como hilo argumental. 

 

 

El segundo ejercicio consistía en impartir una clase de la asignatura con la que me presenté a la oposición. En este caso la asignatura fue "ecología", del grado de Ciencias Ambientales de la UCO. Los miembros del tribunal seleccionaron al azar tres temas y yo elegí uno entre esos tres. Al final el tema elegido fue "la sucesión ecológica". Aquí se puede ver el guión que uso para impartir esa sesión. 

Fue una mañana intensa y entrañable. Pasé muchas horas hablando  sobre el camino recorrido y sobre lo que me gustaría hacer en el futuro. En ese rato, mientras hablaba, me acordé de mi familia, de mis amigos y de los compañeros con los que he compartido mis primeros 19 años de trabajo. En más de una ocasión se me entrecortó la voz de la emoción al recordar la ilusión y el esfuerzo realizado. Nunca hasta ese día viví con tanta intensidad la sensación de ubuntu: soy porque somos. He usado esa frase en muchas conferencias, pero en esta ocasión lo sentí profundamente. Además, tuve la enorme oportunidad de compartir con el tribunal (y con los asistentes) una propuesta de futuro. Un deseado "seré porque seremos". El "gracias por mi(nuestro) Curriculum" de hace unos años ha evolucionado y no es suficiente. Sin todas las personas con las que me he cruzado estos años no sería yo. De hecho, no sería. Así que no se trata de dar las gracias por "ayudarme" a llegar hasta aquí. Es, más bien, un gracias por permitirme interser con vosotros :)

Después de la exposición, el tribunal me hizo muchas preguntas y, al final, consideró que era apto para ocupar la plaza. Así que, en breve tomaré posesión como profesor titular de la Universidad de Córdoba. No soy muy fan de las liturgias, pero en este caso sí me gustaría darle a esto cierto peso. Después de unos días de reflexionar sobre el asunto, tengo dos razones principales para darle importancia a este "rito de paso":

En primer lugar porque yo nunca pensé en llegar a ser profesor titular. Tampoco lo busqué con intensidad. Decir que "simplemente pasó" sería mentira y también un poco injusto para los que no lo han conseguido. Pero sí tengo la sensación de que he llegado hasta aquí por una combinación al 50% de suerte y esfuerzo. El esfuerzo es necesario, pero no suficiente. De hecho, si lo piensas fríamente, todo es suerte. El gran Tim Minchin lo dice de manera brillante en este vídeo: "tú no creaste la parte de ti que te empujó a esforzarte para conseguir tus logros. Simplemente tuviste suerte...". Así que se trata de un logro compartido. La frase que mejor me ayuda a resumir esta sensación es algo que decíamos de pequeños cuando jugábamos al escondite: "¡¡por mí y por todos mis compañeros!!".

La segunda razón tiene que ver con la responsabilidad que asumo en esta nueva posición. A partir de ahora nunca tendré que preocuparme por la estabilidad de mi trabajo. Salvo colapso sistémico (o error tremendo por mi parte), tengo el sueldo asegurado. En estos tiempos inciertos esto es una especie de superpoder que, como diría el tío de Peter Parker, implica una gran responsabilidad. Creo que esa responsabilidad implica por mi parte adherirme a una serie de principios. Los escribo aquí, públicamente, para que no se me olviden y para que, en caso de ser necesario, alguien pueda recordármelos. Ahí van:

  • No acaparar. Cuando llega la titularidad suele ocurrir que empiezan a acumularse cargos y responsabilidades. Eso no es inherentemente negativo. Pero sí creo que tiene varios aspectos no positivos. Uno de ellos se describe bien en un refrán: "el que mucho abarca, poco aprieta". Otro aspecto negativo es que la acaparación de proyectos y de recursos dificulta que los que vienen detrás accedan a ellos. No quiero ser un techo de cristal para la gente más joven que yo. Así que, en los próximos años me tocará entrenar eso de decir "no, gracias".
  • Muere joven. No pienso morirme aún, no. Aunque si lo hiciera ya no podría decir que soy joven. En unos días cumplo 48, así que no podemos decir que sea una joven promesa de la ciencia. Este principio no va de eso. Es algo más complejo, creo. A lo largo de mi carrera he tenido la sensación de que había un enorme tapón en la academia que dificulta la incorporación de excelentes profesores e investigadores. El hecho de que la edad media de los que entran en el sistema no pare de subir es una buena evidencia de esto. El asunto es que no me gustaría contribuir con mi presencia a ese tapón. Y la mejor forma que se me ocurre de hacerlo es asumir que mi vida "útil" como investigador principal será reducida. Esto implica que, a partir de ahora, dedicaré energía a construir grupos de trabajo más horizontales en los que el papel del "investigador principal" no sea tan relevante. Esto facilitará, espero, mi relevo en el medio plazo.
  • Trabajar por el bien común. Esto es un poco redundante porque el mero hecho de trabajar como profesor e investigador implica inherentemente contribuir al bien común. Digamos que esta afirmación está en el "objeto social" de la universidad que paga mi nómina. Pero estoy pensando en algo más. Concretamente en la forma de investigar, de generar conocimiento científico. En los próximos años me gustaría contribuir a crear conocimiento que fuera directamente útil para abordar retos socioecológicos. Hasta ahora he intentado investigar para generar conocimiento potencialmente aplicable a la gestión de los recursos naturales. La diferencia es importante. A partir de ahora me embarcaré en promover la co-creación de conocimiento para resolver retos ambientales. Esto implica un cambio de rumbo importante para el cual aún no dispongo de los conocimientos necesarios. Todavía no sé bien cómo se materializará esto, pero ahí queda la intención.
  • No olvidar que te pagan por ser profesor. Los profesores más viejos del lugar me dicen que dar clase tiende a aburrir. Es normal, creo. Repetir contenidos cada año es tentador y eso aburre. Creo que el aburrimiento lleva a una especie de simplificación del proceso de enseñanza-aprendizaje en el que los actores individuales (alumnos y profesores) se convierten en un colectivo muy bien definido que recibe juicios no siempre basados en la evidencia: no tienen interés, vienen menos preparados cada año, etc. Además, la repetición lleva (creo) a una especie de acomodamiento que reduce la motivación y por tanto también la eficacia del proceso de aprendizaje. También creo (y remarco que esto es una creencia mía) que una vacuna para evitar lo anterior es la conciencia. Tomar conciencia de las responsabilidades que tenemos los docentes es importante para mantener cierta "tensión". Eso y cambiar el material, las actividades e incluso las asignaturas que impartimos. Tendemos a identificar a un profesor con "su" asignatura y eso no es bueno para nadie.
  • Ser palanca de cambio desde dentro. Este punto es un poco presuntuoso por varias razones. Una de ellas es que asumo que mi visión del mundo es correcta y que estoy legitimado para "imponerla". Otra, más obvia, es asumir que el sistema se dejará cambiar por el hecho de que yo haya accedido a ser profesor titular. Admitiendo esta dosis de presunción y de ego, me refiero a algo más sutil. Cuando estás fuera del sistema y tu sueldo depende directamente de tu desempeño, es relativamente fácil embarcarse en batallas que defiendan derechos o que intenten mejorar el mundo. Dicho de otra forma, cuando entras al sistema, ya no tienes esa "presión selectiva". Ya no es tan relevante que el sistema sea "justo". Yo estoy dentro, así que en nada me beneficiará que el sistema sea mejor. Quiero creer que no caeré en esa trampa, pero como no me fío de mi mismo, prefiero dejarlo por escrito. Este principio se concreta en no renunciar a la gestión en la Universidad. Si quieres que las cosas mejoren, tienes que remangarte y asumir responsabilidades.
  • Conciliación first. Dejo para el final el principio que considero más importante. Se trata de aprender que el trabajo es eso, trabajo. No soy mi profesión. No soy los artículos que escribo ni los proyectos en los que participo. Casi me da vergüenza escribir esto de lo obvio que es, pero los que trabajamos en este negocio sabemos que hay que hacerlo para poner peso ahí y conseguir conciliar de verdad. Es muy tentador poner el trabajo primero. Nuestra profesión tiene fuertes incentivos para el ego: estudiantes que escuchan en silencio tus diatribas, artículos científicos en inglés en los que aparece tu nombre en negrita, gente que te trata como "experto" en cosas, etc. Llevo años intentando reducir el peso que tiene el trabajo en mi vida. Creo que lo voy consiguiendo poco a poco, pero hay que estar siempre atento. En los próximos años espero que mi trabajo vaya detrás de otros aspectos. Prefiero ser pareja, padre, hijo, hermano, amigo, etc., que un ilustre profesor o investigador.

 

Y hasta aquí llega esta entrada por ahora. Si se me ocurre algún principio más, lo añadiré. Sé que este blog lo lee muy poca gente, pero sentía la necesidad de escribir esto públicamente. Es como una especie de sortilegio digital para intentar hacerlo mejor en los próximos años.

 

Seguiremos informando :)



sábado, 27 de junio de 2020

Sobre mapas mentales y más

Hace un par de días me llamó un amigo para preguntarme si conocía alguna herramienta útil para ordenar ideas, documentarlas y que pudieran servir como embrión para proyectos, artículos y demás.

Estuvimos hablando un buen rato y le vendí la moto de los mapas mentales. Mientras hablaba con él me di cuenta de cómo de intensamente he usado esas herramientas en mi vida profesional. Prometí enviarle un correo contándole mi experiencia con cierto detalle. Pero me he venido arriba (suele pasarme) y he pensado que la mejor forma de convencer a alguien de lo útiles que son estas herramientas es hacer uno... O sea un "díselo con un mapa mental" en toda regla.

El esquema que hay abajo muestra un breve resumen de mi experiencia con mapas mentales, conceptuales, herramientas de manejo de flujos de trabajo y presentaciones dinámicas. Es eso, una experiencia y como tal es sesgada e incompleta. Lo dejo aquí por si a alguien le resulta útil.

 





viernes, 29 de noviembre de 2019

Cambio de pantalla

Un amigo dice que la vida es como un videojuego de esos en los que vas pasando por varias pantallas mientras superas ciertas pruebas. Según eso, hoy he terminado de pasar por una de las pantallas más fascinantes de mi vida profesional.

Vuelvo de Madrid de asistir a mi última reunión de la red LTER España en calidad de coordinador de la misma. Ostentaba ese puesto desde 2014. Lo de hoy ha sido el último capítulo de una larga serie cuyo argumento principal era "soltar".

El primer capítulo de esta serie fue una carambola cósmica que ocurrió a finales de 2017: Conseguí ganar un concurso para una plaza de profesor ayudante doctor en el área de ecología de la Universidad de Córdoba. Para un investigador mediocre como yo (en términos de índice H), conseguir esto es extremadamente difícil. Para ser honestos, he de decir que quedé segundo en la lista. Pero el primer candidato y ganador tuvo a bien renunciar a esa plaza. No lo hizo por mi, pero me vino de perlas :)

A partir de ese momento comenzó una lenta maniobra de cambio de rumbo en mi vida. En poco tiempo tenía que pasar de ser un científico especializado en la construcción de infraestructuras de investigación ambientales a un profesor de universidad. Decidí cambiar de negocio porque quería alinear mis responsabilidades con la autoridad que tenía para desempeñarlas. Durante los últimos años en la UGR había adquirido más responsabilidades de las que me correspondían como PAS. Eso generó  tensiones (en mi ego) que no fui capaz de digerir bien, así que acabé optando por cambiar de ambiente.

Hoy termina esa transición.  Ya no tengo ninguna responsabilidad que tenga que ver con el concepto de infraestructura de investigación.

Sirva esta entrada (hasta aquí) como hito de ese cambio y como recordatorio emocionado de lo que pasó en esta etapa que acaba de cerrarse (desde aquí).

Desde 2007 hasta 2018 (11 años nada menos...) he tenido el honor de participar en muchas iniciativas dentro de la UGR. La más relevante de todas ha sido el Observatorio de Cambio Global de Sierra Nevada. Desde que Regino Zamora me fichó en 2006, puse toda mi energía e ilusión en ese proyecto. Construimos un programa de seguimiento, un sistema de información y empezamos a cuantificar alguno de los cambios que el cambio global está provocando. Hemos publicado libros y artículos, hemos organizado jornadas participativas, reuniones y docenas de actividades. También sobrevivimos a una dura crisis económica... Con el tiempo vinieron proyectos europeos y con ellos mayores responsabilidades. Supimos asumirlas con una dignidad y serenidad razonables. Acertamos con humildad e intentamos equivocarnos sabiamente. 

Para mi, lo más relevante de esta etapa en la UGR se expresa usando la primera persona del plural: nosotros. En estos 11 años he asistido a la construcción de iecolab. Lo que empezó siendo una mesa y un perchero se convirtió poco a poco en una identidad colectiva basada en valores como la generosidad, la amabilidad y la vocación de servicio público. Durante estos años he vivido muchas veces con alegría la sensación de no saber si una idea que me venía a la cabeza era realmente mía o formaba parte de ese nosotros. El tiempo que he pasado en iecolab forma parte de las cosas buenas de mi vida. Me siento profundamente orgulloso, agradecido y honrado de haber participado en este humilde intento de mejorar el mundo. 

Solo espero que esta nueva etapa sea tan enriquecedora como la anterior.

Salud y buen viento.





miércoles, 9 de enero de 2019

Explorando con QGIS el mapa de usos y coberturas vegetales multitemporal de Andalucía

En esta entrada se incluyen un par de sencillos videos que describen cómo se usa un mapa de vegetación de interés para estudiantes de ecología. Se trata del mapa de usos del suelo multitemporal de Andalucía, (haz click aquí para descargarlo) creado por la REDIAM, que es el sistema de información ambiental de la Junta de Andalucía. 

En el primer video se muestra de manera muy sencilla cómo visualiza esta información usando QGIS.


En el segundo vídeo se describe con algo más de detalle la estructura del modelo de datos que se usa para construir el mapa de vegetación anterior. 


 

lunes, 10 de abril de 2017

Dentistas psicólogos...


El otro día fui al dentista. Tenía que probarme una férula de descarga que me hizo semanas antes. Es una de esas placas de plástico transparente que se encajan en la mandíbula de abajo para minimizar el impacto del bruxismo sobre los dientes. Al parecer tiendo a apretar los dientes más de la cuenta de noche o en momentos puntuales del día cuando estoy sometido a demasiada tensión. Eso es el bruxismo. Suele provocar dolor de cuello, de mandíbulas y también el desgaste/rotura de piezas dentales.

Llevo años usando intermitentemente estas férulas. Empecé cuando estudiaba en la universidad y ahora, fruto de los líos laborales en los que ando, parece que vuelve a ser necesario... 

Antes de seguir debo aclarar que mi dentista es un hombre peculiar. Bueno, todos lo sois, menos yo, que soy muy normal ;). Aunque he hablado poco con él sí que lo he escuchado mucho. He pasado 30 años escuchando periódicamente sus opiniones sobre lo divino y lo humano mientras me hurga en la boca sin darme la opción de replicar... Aún a riesgo de simplificar demasiado, podría decir que es un antisistema de los que escuchan la COPE. Un trabajador empedernido que sabe bien el significado de la palabra esfuerzo y sufre en sus carnes la ineficiencia del sistema capitalista en el que cree...

Total, que el día de marras llegué a su consulta y empezó a probarme la férula. Aproveché un renuncio suyo para iniciar la siguiente conversación:

  • Yo: Se ha roto el trozo de emplaste que me pusiste aquí.
  • Él: Sí, lo he visto. Es un testigo que te puse para ver si apretabas los dientes. Y veo que sí aprietas...
  • Yo (medio en broma, medio en serio): Y qué puedo hacer, ¿medito, hago yoga? 
  • Él: Como quieras, pero tienes que empezar a mandar a cierta gente al carajo. Eso ayuda.
Su contundente respuesta me ha dado que pensar esta semana. Él sabe a qué me dedico y supone lo complejo que debe de ser mantenerse en este negocio de la investigación... Pero no conoce nada más de mi personalidad ni de mi forma de proceder. No sabe lo difícil que me resulta mandar a la porra a algo o a alguien. Nada más salir de la consulta puse el chascarrillo en Twitter:

No suelo tener menciones ni respuestas a mis Tweets, pero en esta ocasión varios compañeros (@Mteoras@CitocromoB1 y @ajpelu) intervinieron dándole la razón a mi psicólogo-dentista. @ajpelu incluso me recordó este video en el que un joven andaluz comenta las bondades de mandar a la mierda a la gente cuando se lo merecen.




Todo esto me ha hecho pensar. ¿estaré equivocado?, ¿Debería mandar a más gente a la mierda?, ¿me haría esto más feliz? Los que lo aconsejan me dicen que les va mejor, que están más tranquilos y que se ríen más.

No tengo respuesta para ninguna de las preguntas anteriores. Pero algo dentro de mi me dice que mandar a la mierda al personal no resuelve el problema. Es una buena forma de disipar el estrés, eso sí. Pero no contribuye a resolver los problemas de comunicación y de ausencia de empatía que nos aquejan. Mandar al carajo a alguien dificulta o incluso imposibilita cualquier comunicación posterior. Además la gente no suele aceptar con tranquilidad que lo manden tan lejos: habrá réplica y no será positiva. En definitiva, creo que esta táctica es una forma de echar gasolina al fuego en lugar de agua.

Por otro lado me pregunto, ¿qué me habría perdido en la vida si me fuera más fácil mandar a la gente a freír espárragos? Y tengo la sensación de que habría perdido una lección importante: las personas que te "tocan las narices" y que se merecerían irse lejos por sus actos no lo hacen por fastidiarte a ti (no al menos la mayoría de las veces), sino que no conocen formas más depuradas de expresar sus frustraciones o sufrimiento. Aprendí esta lección no hace mucho, gracias a la meditación, a algunas lecturas y a varias conversaciones sobre los niveles de conciencia y nuestra sociedad. Y ahora creo que la compasión (entendida como un "sé que sufres y estoy aquí por si puedo ayudar") y la aceptación (somos y actuamos como buenamente podemos) me aportan más beneficios que perjuicios el estrés. Tengo la sensación de que esta es una buena forma de controlar el estrés. Hay otras más. (deporte, por ejemplo). Además creo (igual me autoconvenzo para creer esto) que si hubiera mandado más a la porra en mi vida profesional, mi aportación a los proyectos en los que he participado habría sido menor.

Así que creo que es más eficaz trata de aceptar esta situación, aplicar la empatía y ser compasivo con quien nos fastidia. Esto no quiere decir que recomiende ser resiliente frente al estrés (= recuperarse del estrés) porque esto implica sufrirlo y luego recuperarse. Más bien diría que la aceptación y la compasión ayudan a ser antifrágil en el sentido en el que Nassim Taleb describe: cosas que se benefician del desorden, caos o estrés. Y aquí me encuentro ahora, intentando convertir mi estrés en aceptación y compasión para hacerme más fuerte. Y lo estoy haciendo sin mi férula de descarga ;)

Ya os contaré qué tal evolucionan mi estrés y mis dientes...

P.D.: Igual todo esto que escribo es muy inocente e ingenuo. Con esta entrada no pretendo convencer ni desacreditar a nadie, solo expreso mi modesta opinión ;)

miércoles, 19 de octubre de 2016

Volar... (segunda parte)

Escribo esto desde un avión que me lleva desde Dubai a Madrid procedente de Johannesburgo. Allí he pasado 20 días en varias reuniones y otras actividades relacionadas directa o directamente con mi trabajo de investigador/profesor en la Universidad de Granada. Vuelvo con buen sabor de boca. Por primera vez en mucho tiempo he disfrutado de ciertas reuniones y de algunas interacciones personales cara a cara (los ingleses llaman a esto Networking. Mi madre lo llamaría “chicoleo”…). Podríamos decir que el viaje ha sido muy provechoso laboralmente. Al menos para los proyectos e iniciativas en los que participo. Además, vuelvo con el depósito bien lleno de atardeceres sudafricanos, rugidos de leones y olas del océano.

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 Atardecer en el Cañón del río Blyde, al noreste de Sudáfrica. El sitio se llama “la ventana de Dios” y hace honor perfectamente a ese nombre.

Pero también tengo cierto cargo de conciencia. Me lo he pasado muy bien mientras trabajaba. Para un hispano educado en la moral católica eso es algo malísimo. Disfrutar mientras te pagan no está bien visto. Hay que sufrir. Ya lo decía mi padre: "fíjate si es malo trabajar que te pagan por hacerlo".

No, en serio. Tengo cargo de conciencia porque este viaje ha costado un dineral. La parte de ocio la he pagado yo de mi bolsillo, obviamente, pero aún así ha sido caro para los proyectos que lo han pagado. El coste ambiental tampoco es despreciable. Solo en este viaje he volado unos 25.000 Km, lo que supone unas 6 Toneladas de CO2 emitidas. En 2016 estimo que habré volado unos 60.000 Km, que son unas 14.5 Toneladas. La emisión media por persona en 2004 en la Tierra fue de 4 Toneladas de CO2 (un ciudadano de Estados Unidos emitió 22 Toneladas en ese mismo año) (Hervé, P. 2008). Total, que voy de camino a consumirme en el infierno de los ecologistas de pacotilla que hablan mucho y hacen poco… Mientras escribo esto recuerdo que ya escribí sobre el asunto hace unos años. Se ve que los grandes viajes remueven mi conciencia de emisor de gases de invernadero.

Volar por razones de trabajo es algo común en muchas profesiones. Y es cada vez más común en un mundo global como el que hemos creado. Los hombres y mujeres de negocios se pasan media vida volando. Y no hablemos de los médicos y de su afición por tener congresos en sitios exóticos (viajes patrocinados por las farmacéuticas a las que pagamos todos con nuestros impuestos, por cierto…). Pero no hablaré de esas profesiones, sino de la mía (suponiendo que sepa cuál es). En serio, la entrada de hoy, amiguitos, va de los viajes que se pegan (nos pegamos) los profesionales que nos dedicamos al medio ambiente. Para los que no hayan atado cabos todavía, el desencadenante de esta entrada es la ¿aparente? contradicción entre trabajar por “mejorar” el medio ambiente y recorrerse el mundo en avión para ello. Si a eso le añadimos que volamos con el dinero que nuestros conciudadanos pagan vía impuestos, pues tenemos un bonito tema de debate.

En la entrada que escribí hace unos años (aquí), me hacía la pregunta genérica de si tiene sentido que los científicos empleemos tanto esfuerzo (económico y ambiental) en viajar por el mundo para reunirnos y asistir a conferencias. Es una pregunta muy ambigua que hoy trataré de abordar en otras más concretas.

¿Sirven estas reuniones para mejorar el medio ambiente?
Pues depende. Si viajas a Borneo para convencer a alguien de que no siga quemando el bosque para plantar palma y lo consigues usando argumentos científicos, pues claramente sí merecerá la pena el esfuerzo. Si tu reunión es para formar a jóvenes estudiantes de doctorado de un país en vías de desarrollo la cosa es un poco más compleja de cuantificar. Dependerá de lo que hagan ellos con el conocimiento recibido o de cómo seas tú de bueno dando clase… Pero la mayoría de las veces volamos para asistir a conferencias en las que casi siempre nos limitamos a contar lo último que hemos hecho o queremos hacer. 10 o 15 minutos como máximo para contar unas cuantas diapositivas hechas con prisa y contestar atropelladamente alguna pregunta. Luego, con suerte, podrás intercambiar más impresiones con la gente interesada en tu charla durante el café. Y ya. Así que la respuesta, en términos generales, es un rotundo no. La mayoría de las reuniones a las que van los científicos ambientales no sirven para mejorar el medio ambiente, sino más bien al contrario. Una reunión de esas enormes como la AGU (American Geophisical Union) que se celebra cada diciembre en San Francisco, puede suponer la emisión de unas 15.000 Toneladas de CO2. Esto supone, aproximadamente lo que emiten unas 100.000 al año en un país en vías de desarrollo (Hervé, P. 2008). Por mucho que esta reunión esté bien organizada (que lo está) y promueva el intercambio de conocimiento y de opiniones, es muy dudoso que sus beneficios ambientales compensen los perjuicios.

¿Sirven las reuniones para mejorar el desempeño de los científicos?
En este caso la pregunta es aún más compleja. Creo que la respuesta tiene que ver con el cómo se organizan las reuniones más que en ellas mismas. Las reuniones científicas son necesarias para que la gente se conozca. Las tecnologías de telecomunicación todavía no han conseguido sustituir el cara a cara. Las relaciones personales son fundamentales para que el trabajo se haga bien (Grémillet D., 2008). El problema, en mi opinión, es que seguimos organizando reuniones con la mentalidad que tenían nuestros colegas antes de internet. Casi todas las reuniones y conferencias consisten en un flujo unidireccional de información: yo cuento cosas y tú escuchas sentado o al revés (más bien al revés, yo suelo estar sentado escuchando). Esto era necesario antes de internet. Ahora no hace falta. Ya no tiene sentido recorrer el mundo para que alguien te cuente lo que ha hecho o lo que quiere hacer. Para eso basta con leer sus artículos en internet y seguirle por las redes sociales. En mi opinión debemos de usar las reuniones para hacer talleres que aborden cuestiones metodológicas, filosóficas o teóricas de nuestro trabajo (Editorial de Nature, 2018). Las reuniones que más he disfrutado han estado llenas de talleres y de discusiones interesantes. No tiene sentido que crucemos el mundo para ir a una reunión y que los momentos más productivos sean los cafés entre una sesión de presentaciones y otra. Al final las sesiones de presentaciones se reducen a un colega hablando y los demás contestando correos electrónicos. Esto es penoso para todos. Debemos de trabajar mucho más en la organización de los eventos (Grémillet D., 2008). Pero para hacer esto bien hay que dedicarle tiempo y no solemos tiempo porque estamos siempre muy ocupados escribiendo correos y apagando fuegos...
Si tu reunión se celebra en un sitio impresionante y remoto, los gastos asociados (ambientales y económicos) serán mayores. Si la reunión está bien organizada (ver párrafo anterior) merecerá la pena. Si no, será un despilfarro poco ético. En estos casos surge una cuestión nueva. A veces las reuniones científicas internacionales suponen un espaldarazo importante a la actividad desarrollada en los lugares de destino, que suelen ser países en vías de desarrollo. El húesped de la reunión suele aprovechar la inercia del evento para movilizar a sus colegas locales, a la administración pública y también a parte de la ciudadanía (que paga impuestos religiosamente) y que todo salga estupendamente bien. Esto se aplica, lógicamente, en un contexto de sentido común: igual no tiene ningún sentido que la asociación andorrana de limnólogos se reuna en las islas Bahamas a discutir sobre taxonomía. Pero en muchas ocasiones (y más aún en el ámbito del medio ambiente), los científicos del hemisferio norte tienen sus áreas de trabajo en el sur, que es donde está la biodiversidad por cuya conservación trabajamos. En estos casos sí suelen obtenerse resultados científicos remarcables, al menos para los organizadores locales.
Sin embargo, en general y según mi corta experiencia, la respuesta es también no. Hasta ahora la mayoría de las reuniones a las que he asistido han servido para mejorar un poco mi maltrecho curriculum y el de otros. Y esto, por desgracia, no suele significar un avance en la ciencia (pero esto es otra historia). Sí que he notado una mejora progresiva en la forma en la que organizamos las reuniones. Estamos migrando poco a poco de las presentaciones magistrales a sesiones más participativas. Las reuniones en las que he participado en Sudáfrica son un buen ejemplo de ello.

¿Qué aporta viajar tanto por trabajo en el ámbito personal?
Empecemos por las opiniones que salen más de dentro: los instintos y las sensaciones más primarias. No me gusta volar. Ni mucho ni poco. Nada. Lo hago porque me toca hacerlo y soy un chico obediente. Eso de estar subido a 11.000 m de altura dentro de un tubo de acero que va a 0.8 Mach no va conmigo. Yo soy un humano normal, de esos que desarrollan su actividad entre los -4 y los +2000 m.a.s.m. 
Por otro lado (y aquí viene la contradicción), cuando el avión aterriza comienza un cosquilleo en las rodillas que parecen decir: venga, levántate y vete corriendo a conocer este nuevo sitio que será tu casa durante unos días. Viajar te abre la mente. Conocer sitios, gentes y naturalezas nuevas me ayuda a crecer como persona. Los viajes de los últimos años me han ayudado a ser más empático y asertivo. Me han ayudado a curar el poco nacionalismo que quedaba en en mi. He aprendido en cabeza propia que los humanos somos todos muy parecidos. Coleccionar atardeceres por el mundo me ayuda a sentirme parte de la Humanidad. Puede sonar ñoño, pero lo siento así. Además, viajar suele significar en buena medida enfrentarse a lo desconocido. Y eso me ayuda a moverme de la zona de comodidad que supone la rutina diaria en casa. Creo que los viajes me han ayudado también a ser más adaptable (y quisiera creer que también más antifrágil…). 
Si a estas sensaciones le añades que cuando viajas no tienes ni que cocinar, ni que preparar la comida ni siquiera que hacer la cama, pues tenemos una situación de riesgo: mucha gente (no sé si yo caeré alguna vez) se acomoda a estar viajando permanentemente para mantenerse en un estado de cambio semi permanente. No hay hogar, comes en un hotel y todo es nuevo casi cada día. Conozco algunos colegas científicos que llevan una vida de este estilo. Espero que no me pase nunca. Estaré atento.
Por último los viajes suponen un descalabro familiar importante. Tengo niños pequeños (4 y 7 años) y cada vez nos resulta más duro separarnos. Cuando el viaje dura un semana o menos la cosa va bien. Pero llevamos mal los viajes largos. Afortunadamente mi pareja es un Sol y se encarga de todo en mi ausencia. 
En definitiva, creo que en esta pregunta el balance es positivo: viajar a reuniones y conferencias científicas es positivo en el plano personal. Quizás sea por esto por lo que seguimos viajando tanto a pesar de que haya un fuerte impacto ambiental y los beneficios científicos no sean tan importantes. En el fondo, somos humanos y compartimos miserias con los demás mortales. Por eso hay que estar siempre alerta.

¿Has mejorado tu forma de viajar desde 2012?
Diría que sí. Antes iba a muchas conferencias de las descritas anteriormente. Ahora viajo a reuniones en las que se tratan cuestiones concretas de proyectos en los que participamos. Siguen siendo muchos viajes, más que en 2012, pero eso se debe a que los ingresos de nuestro grupo proceden de proyectos europeos que compartimos con socios internacionales. Pero aún hay mucho margen de optimización.

… y ¿entonces?
Bueno, como casi siempre en la vida, aquí también se impone el “todo es relativo”. Según algún científico (Grémillet D., 2008), todo se trata de una decisión personal dictada más por la ambición que por la conciencia ambiental. Y aquí la ambición tiene que ver con el ego de cada uno o con las ganas que cada uno tenga de cambiar las cosas...
En mi caso, me voy a comprometer con el decrecimiento de mi actividad viajera. Me costará mucho porque justo ahora estamos metidos en muchos proyectos. Pero voy a intentarlo. Así que me comprometo a:
  • Comer menos carne. Todo está relaciono, así que si consigo reducir la huella por un lado a lo mejor me libro de ir al infierno de los ecologistas charlatanes. Ya llevo meses en ello. Pero seguiré avanzando para reducir más mi huella por esta vía. Por cierto, en Sudáfrica ha sido imposible comer menos carne. Aquí la carne o es de caza o es de ganadería extensiva. Y además es muy difícil conseguir verdura. No lo he calculado ni he buscado por ahí, pero me da la sensación de que se genera más impacto trayendo vegetales de fuera que consumiendo carne local.
  • Viajar menos y sobre todo decir que no voy a tal sitio porque mi huella de carbono es alta. De esta forma los demás colegas se hacen conscientes de las razones por las que no vas a verlos. En este año he dicho que no a varios congresos por esta razón.
  • Cuantificar mi huella. Prepararé una base de datos para almacenar cada viaje y su huella de carbono correspondiente. Informaré por esta vía o por twitter.
  • Fomentaré las reuniones por videoconferencia en la medida de lo posible.
  • Cuando haya que organizar una reunión presencial haré lo que esté en mi mano para que sea participativa y esté orientada a cuestiones concretas y no solo a presentar los logros de cada asistente.
Pues nada, hasta la siguiente. Aún me quedan 3 horas de vuelo ;)