miércoles, 19 de octubre de 2016

Volar... (segunda parte)

Escribo esto desde un avión que me lleva desde Dubai a Madrid procedente de Johannesburgo. Allí he pasado 20 días en varias reuniones y otras actividades relacionadas directa o directamente con mi trabajo de investigador/profesor en la Universidad de Granada. Vuelvo con buen sabor de boca. Por primera vez en mucho tiempo he disfrutado de ciertas reuniones y de algunas interacciones personales cara a cara (los ingleses llaman a esto Networking. Mi madre lo llamaría “chicoleo”…). Podríamos decir que el viaje ha sido muy provechoso laboralmente. Al menos para los proyectos e iniciativas en los que participo. Además, vuelvo con el depósito bien lleno de atardeceres sudafricanos, rugidos de leones y olas del océano.

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 Atardecer en el Cañón del río Blyde, al noreste de Sudáfrica. El sitio se llama “la ventana de Dios” y hace honor perfectamente a ese nombre.

Pero también tengo cierto cargo de conciencia. Me lo he pasado muy bien mientras trabajaba. Para un hispano educado en la moral católica eso es algo malísimo. Disfrutar mientras te pagan no está bien visto. Hay que sufrir. Ya lo decía mi padre: "fíjate si es malo trabajar que te pagan por hacerlo".

No, en serio. Tengo cargo de conciencia porque este viaje ha costado un dineral. La parte de ocio la he pagado yo de mi bolsillo, obviamente, pero aún así ha sido caro para los proyectos que lo han pagado. El coste ambiental tampoco es despreciable. Solo en este viaje he volado unos 25.000 Km, lo que supone unas 6 Toneladas de CO2 emitidas. En 2016 estimo que habré volado unos 60.000 Km, que son unas 14.5 Toneladas. La emisión media por persona en 2004 en la Tierra fue de 4 Toneladas de CO2 (un ciudadano de Estados Unidos emitió 22 Toneladas en ese mismo año) (Hervé, P. 2008). Total, que voy de camino a consumirme en el infierno de los ecologistas de pacotilla que hablan mucho y hacen poco… Mientras escribo esto recuerdo que ya escribí sobre el asunto hace unos años. Se ve que los grandes viajes remueven mi conciencia de emisor de gases de invernadero.

Volar por razones de trabajo es algo común en muchas profesiones. Y es cada vez más común en un mundo global como el que hemos creado. Los hombres y mujeres de negocios se pasan media vida volando. Y no hablemos de los médicos y de su afición por tener congresos en sitios exóticos (viajes patrocinados por las farmacéuticas a las que pagamos todos con nuestros impuestos, por cierto…). Pero no hablaré de esas profesiones, sino de la mía (suponiendo que sepa cuál es). En serio, la entrada de hoy, amiguitos, va de los viajes que se pegan (nos pegamos) los profesionales que nos dedicamos al medio ambiente. Para los que no hayan atado cabos todavía, el desencadenante de esta entrada es la ¿aparente? contradicción entre trabajar por “mejorar” el medio ambiente y recorrerse el mundo en avión para ello. Si a eso le añadimos que volamos con el dinero que nuestros conciudadanos pagan vía impuestos, pues tenemos un bonito tema de debate.

En la entrada que escribí hace unos años (aquí), me hacía la pregunta genérica de si tiene sentido que los científicos empleemos tanto esfuerzo (económico y ambiental) en viajar por el mundo para reunirnos y asistir a conferencias. Es una pregunta muy ambigua que hoy trataré de abordar en otras más concretas.

¿Sirven estas reuniones para mejorar el medio ambiente?
Pues depende. Si viajas a Borneo para convencer a alguien de que no siga quemando el bosque para plantar palma y lo consigues usando argumentos científicos, pues claramente sí merecerá la pena el esfuerzo. Si tu reunión es para formar a jóvenes estudiantes de doctorado de un país en vías de desarrollo la cosa es un poco más compleja de cuantificar. Dependerá de lo que hagan ellos con el conocimiento recibido o de cómo seas tú de bueno dando clase… Pero la mayoría de las veces volamos para asistir a conferencias en las que casi siempre nos limitamos a contar lo último que hemos hecho o queremos hacer. 10 o 15 minutos como máximo para contar unas cuantas diapositivas hechas con prisa y contestar atropelladamente alguna pregunta. Luego, con suerte, podrás intercambiar más impresiones con la gente interesada en tu charla durante el café. Y ya. Así que la respuesta, en términos generales, es un rotundo no. La mayoría de las reuniones a las que van los científicos ambientales no sirven para mejorar el medio ambiente, sino más bien al contrario. Una reunión de esas enormes como la AGU (American Geophisical Union) que se celebra cada diciembre en San Francisco, puede suponer la emisión de unas 15.000 Toneladas de CO2. Esto supone, aproximadamente lo que emiten unas 100.000 al año en un país en vías de desarrollo (Hervé, P. 2008). Por mucho que esta reunión esté bien organizada (que lo está) y promueva el intercambio de conocimiento y de opiniones, es muy dudoso que sus beneficios ambientales compensen los perjuicios.

¿Sirven las reuniones para mejorar el desempeño de los científicos?
En este caso la pregunta es aún más compleja. Creo que la respuesta tiene que ver con el cómo se organizan las reuniones más que en ellas mismas. Las reuniones científicas son necesarias para que la gente se conozca. Las tecnologías de telecomunicación todavía no han conseguido sustituir el cara a cara. Las relaciones personales son fundamentales para que el trabajo se haga bien (Grémillet D., 2008). El problema, en mi opinión, es que seguimos organizando reuniones con la mentalidad que tenían nuestros colegas antes de internet. Casi todas las reuniones y conferencias consisten en un flujo unidireccional de información: yo cuento cosas y tú escuchas sentado o al revés (más bien al revés, yo suelo estar sentado escuchando). Esto era necesario antes de internet. Ahora no hace falta. Ya no tiene sentido recorrer el mundo para que alguien te cuente lo que ha hecho o lo que quiere hacer. Para eso basta con leer sus artículos en internet y seguirle por las redes sociales. En mi opinión debemos de usar las reuniones para hacer talleres que aborden cuestiones metodológicas, filosóficas o teóricas de nuestro trabajo (Editorial de Nature, 2018). Las reuniones que más he disfrutado han estado llenas de talleres y de discusiones interesantes. No tiene sentido que crucemos el mundo para ir a una reunión y que los momentos más productivos sean los cafés entre una sesión de presentaciones y otra. Al final las sesiones de presentaciones se reducen a un colega hablando y los demás contestando correos electrónicos. Esto es penoso para todos. Debemos de trabajar mucho más en la organización de los eventos (Grémillet D., 2008). Pero para hacer esto bien hay que dedicarle tiempo y no solemos tiempo porque estamos siempre muy ocupados escribiendo correos y apagando fuegos...
Si tu reunión se celebra en un sitio impresionante y remoto, los gastos asociados (ambientales y económicos) serán mayores. Si la reunión está bien organizada (ver párrafo anterior) merecerá la pena. Si no, será un despilfarro poco ético. En estos casos surge una cuestión nueva. A veces las reuniones científicas internacionales suponen un espaldarazo importante a la actividad desarrollada en los lugares de destino, que suelen ser países en vías de desarrollo. El húesped de la reunión suele aprovechar la inercia del evento para movilizar a sus colegas locales, a la administración pública y también a parte de la ciudadanía (que paga impuestos religiosamente) y que todo salga estupendamente bien. Esto se aplica, lógicamente, en un contexto de sentido común: igual no tiene ningún sentido que la asociación andorrana de limnólogos se reuna en las islas Bahamas a discutir sobre taxonomía. Pero en muchas ocasiones (y más aún en el ámbito del medio ambiente), los científicos del hemisferio norte tienen sus áreas de trabajo en el sur, que es donde está la biodiversidad por cuya conservación trabajamos. En estos casos sí suelen obtenerse resultados científicos remarcables, al menos para los organizadores locales.
Sin embargo, en general y según mi corta experiencia, la respuesta es también no. Hasta ahora la mayoría de las reuniones a las que he asistido han servido para mejorar un poco mi maltrecho curriculum y el de otros. Y esto, por desgracia, no suele significar un avance en la ciencia (pero esto es otra historia). Sí que he notado una mejora progresiva en la forma en la que organizamos las reuniones. Estamos migrando poco a poco de las presentaciones magistrales a sesiones más participativas. Las reuniones en las que he participado en Sudáfrica son un buen ejemplo de ello.

¿Qué aporta viajar tanto por trabajo en el ámbito personal?
Empecemos por las opiniones que salen más de dentro: los instintos y las sensaciones más primarias. No me gusta volar. Ni mucho ni poco. Nada. Lo hago porque me toca hacerlo y soy un chico obediente. Eso de estar subido a 11.000 m de altura dentro de un tubo de acero que va a 0.8 Mach no va conmigo. Yo soy un humano normal, de esos que desarrollan su actividad entre los -4 y los +2000 m.a.s.m. 
Por otro lado (y aquí viene la contradicción), cuando el avión aterriza comienza un cosquilleo en las rodillas que parecen decir: venga, levántate y vete corriendo a conocer este nuevo sitio que será tu casa durante unos días. Viajar te abre la mente. Conocer sitios, gentes y naturalezas nuevas me ayuda a crecer como persona. Los viajes de los últimos años me han ayudado a ser más empático y asertivo. Me han ayudado a curar el poco nacionalismo que quedaba en en mi. He aprendido en cabeza propia que los humanos somos todos muy parecidos. Coleccionar atardeceres por el mundo me ayuda a sentirme parte de la Humanidad. Puede sonar ñoño, pero lo siento así. Además, viajar suele significar en buena medida enfrentarse a lo desconocido. Y eso me ayuda a moverme de la zona de comodidad que supone la rutina diaria en casa. Creo que los viajes me han ayudado también a ser más adaptable (y quisiera creer que también más antifrágil…). 
Si a estas sensaciones le añades que cuando viajas no tienes ni que cocinar, ni que preparar la comida ni siquiera que hacer la cama, pues tenemos una situación de riesgo: mucha gente (no sé si yo caeré alguna vez) se acomoda a estar viajando permanentemente para mantenerse en un estado de cambio semi permanente. No hay hogar, comes en un hotel y todo es nuevo casi cada día. Conozco algunos colegas científicos que llevan una vida de este estilo. Espero que no me pase nunca. Estaré atento.
Por último los viajes suponen un descalabro familiar importante. Tengo niños pequeños (4 y 7 años) y cada vez nos resulta más duro separarnos. Cuando el viaje dura un semana o menos la cosa va bien. Pero llevamos mal los viajes largos. Afortunadamente mi pareja es un Sol y se encarga de todo en mi ausencia. 
En definitiva, creo que en esta pregunta el balance es positivo: viajar a reuniones y conferencias científicas es positivo en el plano personal. Quizás sea por esto por lo que seguimos viajando tanto a pesar de que haya un fuerte impacto ambiental y los beneficios científicos no sean tan importantes. En el fondo, somos humanos y compartimos miserias con los demás mortales. Por eso hay que estar siempre alerta.

¿Has mejorado tu forma de viajar desde 2012?
Diría que sí. Antes iba a muchas conferencias de las descritas anteriormente. Ahora viajo a reuniones en las que se tratan cuestiones concretas de proyectos en los que participamos. Siguen siendo muchos viajes, más que en 2012, pero eso se debe a que los ingresos de nuestro grupo proceden de proyectos europeos que compartimos con socios internacionales. Pero aún hay mucho margen de optimización.

… y ¿entonces?
Bueno, como casi siempre en la vida, aquí también se impone el “todo es relativo”. Según algún científico (Grémillet D., 2008), todo se trata de una decisión personal dictada más por la ambición que por la conciencia ambiental. Y aquí la ambición tiene que ver con el ego de cada uno o con las ganas que cada uno tenga de cambiar las cosas...
En mi caso, me voy a comprometer con el decrecimiento de mi actividad viajera. Me costará mucho porque justo ahora estamos metidos en muchos proyectos. Pero voy a intentarlo. Así que me comprometo a:
  • Comer menos carne. Todo está relaciono, así que si consigo reducir la huella por un lado a lo mejor me libro de ir al infierno de los ecologistas charlatanes. Ya llevo meses en ello. Pero seguiré avanzando para reducir más mi huella por esta vía. Por cierto, en Sudáfrica ha sido imposible comer menos carne. Aquí la carne o es de caza o es de ganadería extensiva. Y además es muy difícil conseguir verdura. No lo he calculado ni he buscado por ahí, pero me da la sensación de que se genera más impacto trayendo vegetales de fuera que consumiendo carne local.
  • Viajar menos y sobre todo decir que no voy a tal sitio porque mi huella de carbono es alta. De esta forma los demás colegas se hacen conscientes de las razones por las que no vas a verlos. En este año he dicho que no a varios congresos por esta razón.
  • Cuantificar mi huella. Prepararé una base de datos para almacenar cada viaje y su huella de carbono correspondiente. Informaré por esta vía o por twitter.
  • Fomentaré las reuniones por videoconferencia en la medida de lo posible.
  • Cuando haya que organizar una reunión presencial haré lo que esté en mi mano para que sea participativa y esté orientada a cuestiones concretas y no solo a presentar los logros de cada asistente.
Pues nada, hasta la siguiente. Aún me quedan 3 horas de vuelo ;)



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