sábado, 18 de junio de 2011

Yo, nosotros, ellos ...

Durante los 13 años que llevo trabajando en el ámbito del medio ambiente y la ecología he vivido en primera o segunda persona varias estrategias diferentes de trabajo. Me gusta polarizar las cosas para entenderlas y para explicarlas, así que trataré de describir esas diferentes estrategias a partir de dos posiciones extremas. Las he nombrado en función del tipo de profesionales que generan (en mi opinión):

Opción 1: Creadora de individuos brillantes. Según mi experiencia es la forma de trabajar más frecuente en el ámbito de la investigación. Con este método se generan individuos brillantes que tienen una gran capacidad de trabajo. Controlan con soltura multitud de técnicas analíticas, escriben fácilmente en inglés, etc. Unos fieras, vamos. Pero suelen tener una reducida capacidad de trabajar en equipo. No entienden bien el nosotros. Han sido educados (por omisión, más que por comisión) en el yo y en el individualismo. Más concretamente, son incapaces de colaborar con alguien si el objetivo de dicha colaboración no es publicar un artículo científico. Podríamos describirla contando los pasos que daría una hipotética persona que entrara en un hipotético grupo de investigación tras finalizar la carrera (y el master ...):
  1. Has terminado la carrera y quieres investigar. Te gusta eso de contribuir al avance del conocimiento y quizás crees que tu trabajo ayudará a mejorar el mundo.
  2. Te fijas en un profesor que te gustó y/o él/ella se fija en ti (no suenan violines, no es para tanto)
  3. Empiezas tu carrera investigadora con una beca para hacer la tesis doctoral.
  4. Tras unos meses alguien te sugiere que envíes una comunicación a un congreso. Tu nombre va el primero, ¡qué ilusión!. Comienza así una íntima relación entre el yo y el trabajo que desempeñas.
  5. En uno o dos años tendrás meridianamente claro lo importante que es que tu nombre aparezca el primero en algo: publicaciones, comunicaciones a congresos, presentaciones informales, etc. Se establece una íntima relación entre tu grado de satisfacción personal en el trabajo y el número de artículos con tu nombre. No trabajas para publicar, pero ver tu nombre escrito (sobre todo en inglés) hace que tu trabajo sea más gratificante. Además, es la única forma de estabilizar tu situación profesional.
  6. Mientras, tu director de tesis no ejerce como tal. Paga las facturas, eso sí, pero no te enseña nada. Su forma de transmitirte su experiencia y conocimientos sobre el ámbito temático de tu tesis es diciéndote que leas artículos científicos (escritos por otros a los que como tú les gusta ver su nombre escrito en inglés ...). Tú empiezas criticando esta escasa participación en el devenir de tu tesis. Pero pronto conquistas el tema de investigación y lo conviertes en tuyo: mi tesis, mi línea de investigación.
  7. Cuando estás en la fase final de tu tesis, se establece una relación compleja con tu jefe: lo odias profundamente. Él (él en masculino. Si esta historia estuviera protagonizada por mujeres quizás sería diferente, seguramente mejor) está deseando que termines porque ya no haces exactamente lo que él te dice. Te estás haciendo independiente, con ideas propias. Y si tus ideas cuestionan las suyas, tienes todas las de perder.
  8. Lees tu tesis (sobresaliente cum laude, por supuesto) y te lanzas a la búsqueda de una beca postdoctoral. Ya eres doctor y una parte de tu subconsciente ha cambiado. Tu yo ha crecido. Consciente o inconscientemente consideras que tienes derecho a tener tu propia línea de investigación, e incluso a fundar tu propio equipo. Quizás sin saberlo estás reproduciendo el esquema: Tu jefe te inculcó con su actitud una visión individualista del trabajo. Todo se centra en el yo. Claro que colaboras con otros, pero de forma muy epidérmica: le pides a un investigador senior que aporte un párrafo o dos a tu último artículo, participas en un proyecto de investigación en el que os reunís una vez al año, ayudas a los investigadores jóvenes, etc. Todo esto está genial, pero no hay interacción profunda.
  9. Consigues una beca postdoctoral en alguna ilustre universidad europea o americana. Escribes un montón de artículos de impacto y con un mucho de suerte consigues volver a casa con una beca (Juan de la Cierva, Ramón y Cajal, ...). Tienes casi 40 años ... Empiezas a ser consciente de que pronto tendrás a gente a tu cargo, pero no tienes ni la más remota idea de cómo se gestiona un grupo de personas. Lo más probable es que reproduzcas el modelo de tu jefe: crearás otro yo brillante incapaz de sentirse parte de un grupo.
Opción 2: Creadora de grupos escurrebultos. He vivido esta modalidad en la "Administración Pública". Su principal producto es una persona que no siente el trabajo como suyo, sino que éste pertenece a una entidad superior ("la casa", suelen llamarla), de la que no se sienten especialmente orgullosos. Las decisiones que adopta están movidas o bien por la ley o bien por un superior que tiene que estar todo el día con el látigo en la mano. No es que sea un incompetente ni esté mal formado, es que no ha aprendido que el trabajo es una forma (como otra cualquiera) de crecimiento individual. Suelen ampararse en que el sistema hace aguas por todos lados para no mover ni un dedo por cambiarlo. Suelen andar con las manos en los bolsillos. En los casos más agudos, se dedican todo el día a no hacer nada (ni siquiera leer el periódico). Siguiendo el procedimiento anterior, vamos a describir los paso que daría una persona para ser etiquetado en este grupo:
  1. Has terminado la carrera y quieres cambiar el sistema desde dentro. Surge la oportunidad de que te contrate la Administración Ambiental durante un tiempo. O bien te has sacado unas oposiciones.
  2. Eres técnico encargado de un aspecto concreto de las competencias de tu Administración: caza, pesca, biodiversidad, uso público, etc.
  3. Pasan unas semanas hasta que le pillas el truco al tema. En realidad no es tan difícil. Tu trabajo te parece un auténtico chollo: es fácil, sales al campo de vez en cuando, eres fijo y además tienes las tardes libres.
  4. Como te gusta y te lo crees trabajas un poco más de lo que te pagan. Cuando esto ocurre más de una vez, alguien te dice con sorna: "Pero hombre Pepe, ¿por qué trabajas tanto?, ¿Es que vas a heredar “la casa”?. Es el principio del fin ...
  5. Pasan unos pocos meses y ya conoces bastante bien cómo funciona el asunto. Ves que hay cosas que podrían mejorarse considerablemente. Esto siendo generoso. Hay cosas que deberían rehacerse desde cero. Intentas transmitir tu diagnóstico a tus superiores. Te responden con diplomacia algo así: "Pero piltrafilla, angelico, esto ha sido así siempre y no vas a cambiarlo tú ahora de la noche a la mañana".
  6. Tu trabajo es revisado por otras dos o tres personas. Tu nombre no aparece nunca en ningún sitio. Con suerte se ven tus iniciales al principio de los expedientes que llevas. Te das cuenta de que tus compañeros siempre echan la culpa de todo lo malo al "sistema". Al principio te parece mal esa actitud, pero…
  7. De repente, un día, así como el que no quiere la cosa, como si fuera una revelación, te das cuenta de que eres totalmente prescindible. Nadie valora tu trabajo. Si sacas expedientes diligentemente, nadie te felicita ni te premia. Si no los sacas y te tocas la churra, tampoco te regañan. El hormiguero en el que trabajas acabaría "sacando" el trabajo por ti si tú no estás. Y si no lo sacas tampoco pasa nada. No hay premios ni castigo. No hay presiones selectivas: empiezan a expresarse mutaciones deletereas ...
  8. No sabes muy bien cómo, pero un día te descubres echándole las culpas a "la casa" de lo mal que funciona todo. Oyes a lo lejos en tu mente una alarma. Pero se calla pronto. Ellos tienen la culpa de todo.
  9. Meses después ya no se oyen alarmas. Sólo un gruñido permanente que te hace estar de mala leche todo el rato. Enfadado con un sistema contra el que ya no quieres luchar. Enfadado contigo mismo (sin darte cuenta) porque te has rendido.
  10. Tu yo se ha disuelto en un grupo especializado en escurrir el bulto: ellos. Nadie asume responsabilidades, amparándose en un sistema enfermo y en un nosotros mal entendido. Tu trabajo ya no mola tanto. Te quejas de que hay días que tienes que trabajar por la tarde. Incluso hay veces que tu siesta no llega a las dos horas de duración. Eso te indigna (perdón por el uso de esta palabra en este contexto, con la que está cayendo).
Sí, es verdad que son dos situaciones extremas y como tales no son aplicables a todos los casos. No pretendo generalizar en absoluto. Se trata sólo de un ejercicio de simplificación.

Quizás el haber vivido ambos extremos explique que últimamente ande un poco obsesionado con la búsqueda de la piedra filosofal: Creación de entornos de trabajo en los que individuos brillantes* sean capaces de crear equipos comprometidos.

Hoy, por primera vez en mucho tiempo y después de volver de unas jornadas en el Parque Natural de Collserola, he tenido la sensación de que vamos por buen camino. No sabemos bien a dónde lleva este camino ni si seremos capaces de llegar. Pero a veces las cosas cambian. Gracias a nuestra “otra forma de hacer las cosas” hemos contribuido a añadirle el apellido colaborativo a estas jornadas. Hemos sido nosotros por primera vez en mucho tiempo. Ni yo, ni ellos, sino nosotros. Es un primer éxito. Vendrán más. En breve ...

* Entiéndase brillante como alguien que brilla. Y lo puede hacer por varias razones que considero igualmente válidas. Desde tener ideas científicas estupendas y saber llevarlas a cabo, hasta generar buen ambiente de trabajo.


5 comentarios:

  1. Magistral, impresionante y magníficamente exquisito.

    Gracias por aportar tanta lucidez y cordura a este asunto. Me siento orgulloso de formar parte de ese nosotros.

    Solamente me asusta una cosa, y es que ambas posturas no dejan nunca de querer captar adeptos y siempre bajo el látigo del sentimiento de culpa hacia los que, creo, nos resistimos a ser individuos brillantes bajo el amparo de la "casa".

    En fin, me mantendré alerta.
    un abrazo.

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  2. Amén, Curro. Eres la caña. Y punto.

    Antonio, amén dos veces.

    Ricardo.

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  3. Yo he estado en Universidad, Empresa y administración pública. En este último caso, estuve en el área de medio ambiente de una Diputación, y se cumple aquello de los escurrebultos pero a lo grande. Gente que pica en la puerta y sale de compras, mira vídeos, compra por internet, sale y entra del trabajo, curra poco menos de la mitad de la jornada laboral, emplea las mismas plantillas para trabajos diferentes, etc. Pero también he estado en una Universidad -es poco elegante decir cual- donde el 70 % de sus miembros (sospechoso) son de la misma ciudad y donde la mediocridad impera casi tanto como en la administración pública donde trabajé.

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  4. Uffffff!!! has dado dos veces en el clavo!! creo que recuerdas quien soy, y sí, he estado en todos los bandos que mencionas y alguno más, y es del todo cierto. Yo me salí de algún bando y no conseguí entrar en algún otro que merecia la pena (por lo de grupo y productivo). Ahora huyo con mi YO a mi "casa" donde trabajo como freelance y no le puedo echar las culpas a nadie... :-) eso sí, mi peque de 7 meses se lo pasa pipa viendo a su papá golpear teclas y viendo tantas fotos...un abrazo enooorme!!

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  5. Hola Jesús !. Por supuesto que me acuerdo de tí, faltaría más.

    Gracias por tu comentario. Desgraciadamente tenemos mucha razón. Y sí, a veces la mejor solución es volverse a casa de uno de verdad.

    Por cierto, muy bonito tu blog, tus fotos y tu pequeña Andrea.

    Un abrazote !

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