miércoles, 6 de julio de 2011

Conservación basada en la evidencia

El otro día me hablaron del concepto de Conservación basada en la evidencia y me puse a indagar un poco sobre el asunto. Resulta que hay una disciplina científica que se encarga de revisar la bibliografía existente sobre un problema determinado y extraer conclusiones (=evidencias) útiles para mejorar el proceso de toma de decisiones ambientales.

Esta disciplina procede de las ciencias médicas, donde desde hace tiempo se sabe que los avances médicos tardan mucho en llegar desde los ámbitos científicos hasta los médicos que tratan pacientes. La formación de un médico en ejercicio no es suficiente para tomar ciertas decisiones. Además, su trabajo les impide estar al día de los nuevos descubrimientos que se van haciendo y que se publican en las revistas científicas. Se comprobó que buena parte de los médicos ponen en práctica hoy el conocimiento que era novedoso hace 15 o 20 años ... Para abordar este problema se inventaron la medicina basada en la evidencia,
que pretende poner a disposición de los médicos (mediante distintos mecanismos que luego esbozaremos) las evidencias más novedosas y necesarias para el correcto desempeño de su trabajo.

Como pasa en otras ocasiones, las buenas ideas tardan un tiempo en pasar desde la biomedicina a la ciencia de la conservación. Así, la Conservación basada en la evidencia comienza ahora a impulsarse a través de centros específicos y revistas científicas dedicadas expresamente a recoger estas experiencias.Al igual que en el caso de la medicina, la conservación basada en la evidencia surge como consecuencia de un grave problema de transferencia de conocimientos desde la ciencia a la gestión. Algunos estudios han constatado que en más del 70% de los casos, los gestores usan herramientas como el sentido común, la experiencia personal o la de otros, para tomar decisiones ambientales relevantes. He vivido esta situación en primera persona cuando trabajé en la Administración Ambiental de Andalucía. Solía decirme a mí mismo que los gestores toman decisiones usando dos herramientas: el corazón y otro órgano más impúdico situado donde se unen las dos piernas... Pensaba esto sin saber que otros, con mucha más clase, ya habían pensado en el asunto y hasta habían creado una disciplina científica para abordar el problema.

Esto contrasta notablemente con otro hecho demoledor: se estima que desde comenzó la publicación científica se han escrito unos 50 millones de artículos. Supongamos que sólo el 1% de éstos tienen que ver con la ciencia de la conservación, lo que nos da una nada despreciable cifra de unos 500.000 artículos científicos que deberían de tener información útil para que los gestores hicieran su trabajo sin tener que basarse en su sentido común ni en sus palpitaciones.

Con esta contradicción como punto de partida, la conservación basada en la evidencia pretende generar conocimiento útil para que los gestores mejoren la forma en la que toman decisiones. En principio hay tres fuentes principales de evidencias:

  • Artículos científicos: es la principal fuente de conocimiento potencialmente útil, ya que se trata de información validada por el proceso de publicación.
  • Conocimiento experto: el conocimiento de los individuos y su experiencia puede ser una fuente útil de evidencias. Esto es especialmente válido cuando el problema ambiental a abordar no ha sido tratado de manera sistemática por ningún grupo de investigación.
  • Informes técnicos: Se trata de material no publicado en revistas científicas, pero que contiene información valiosa para la solución de problemas ambientales. Suele denominarse como "literatura gris". No me gusta esta denominación porque tiene cierto tono despectivo hacia el trabajo no científico.

Una vez recopiladas las evidencias a partir de las fuentes anteriores, suele darse un proceso de análisis y evaluación de las mismas. Se utilizan técnicas como la revisión sistemática de bibliografía o los metaanálisis para extraer el conocimiento realmente útil para los gestores. Los resultados obtenidos han de ser mostrados de manera amigable y fácilmente comprensible, de forma que sea fácil incorporarlos a los procesos de toma de decisiones.


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Sutherland, W., Pullin, A., Dolman, P., & Knight, T. (2004). The need for evidence-based conservation Trends in Ecology & Evolution, 19 (6), 305-308 DOI: 10.1016/j.tree.2004.03.018

Jinha, A. (2010). Article 50 million: an estimate of the number of scholarly articles in existence Learned Publishing, 23 (3), 258-263 DOI: 10.1087/20100308

Stewart, G., Coles, C., & Pullin, A. (2005). Applying evidence-based practice in conservation management: Lessons from the first systematic review and dissemination projects Biological Conservation, 126 (2), 270-278 DOI: 10.1016/j.biocon.2005.06.003

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